El terror dejó de esconderse. De género de nicho a rey indiscutible de la taquilla, hoy vive su momento más brillante. Weapons lo demuestra: el “terror elevado” ya no es un título de moda, sino un cliché que aquí se rompe sin piedad.
No hay pretensión, solo miedo cercano. Ese que se cuela en tu casa, se sienta en tu cama y te acompaña cuando cierras los ojos. Historias tan próximas a lo que vivimos… y a lo que preferimos no enfrentar.
Cada década tuvo su monarca cinematográfico:
70s: cine de autor y paranoia política.
80s: blockbuster, Sci Fi y fantasía escapista.
90s: thriller, cine independiente y experimentación postmoderna.
2000s: franquicias nacientes y remakes fáciles.
2010s: superhéroes y multiversos.
Hoy, el trono cambió de manos. El terror lo tomó con fuerza: propuestas originales, temas urgentes y apuestas visuales que parecen suicidios comerciales… hasta que revientan en taquilla.
Ya no se trata de monstruos con máscara, sino de los que nacen en lo más oscuro y humano: salud mental, abuso, duelo, soledad, trauma. Películas como Smile, Cuando Acecha la Maldad, The Substance y ahora Weapons no necesitan secuelas forzadas ni remakes número 100 para ser relevantes. Se vuelven conversación. Se vuelven espejo.
En Weapons, Zach Cregger (Barbarian) confirma que la voz autoral es la nueva sangre del género. Su propuesta combina la emocionalidad coral de Magnolia (Paul Thomas Anderson) con la tensión asfixiante de Prisoners (Denis Villeneuve), filtrada por un humor macabro que incomoda y fascina. El resultado es una narrativa que se atreve a cambiar el punto de vista y a cerrar con un giro final que no busca gustar, sino dejarte inquieto.
Ese es el nuevo poder del terror: incomodar para quedarse en tu cabeza.
En definitiva, el género de terror ha aprendido en la última década a leer mejor las emociones y ansiedades colectivas, adaptando sus narrativas para tocar fibras más reales y actuales: desde el miedo a la soledad en la hiperconexión digital hasta el terror psicológico que se siente más cercano que cualquier monstruo ficticio. Esa capacidad de hablarle directamente a las inseguridades de la audiencia —sin perder el factor entretenimiento— ha hecho que hoy conecte con un espectro más amplio y diverso de espectadores. En contraste, el género de cómics, aunque visualmente imponente y lleno de nostalgia, ha tendido a repetir fórmulas y depender de universos ya conocidos, lo que en algunos casos ha generado fatiga en el público. El terror, en cambio, se está ganando la lealtad de quienes buscan historias frescas, emocionalmente intensas y con un reflejo más nítido de sus propios miedos contemporáneos.
A finales de los años 70, Richard Donner y Christopher Reeve lograron que el mundo creyera que un hombre podía volar. En 2013, Zack Snyder y Henry Cavill plantearon una pregunta inquietante: ¿cómo reaccionaría la humanidad si descubriera que un ser con el poder de un dios vive entre nosotros? Ahora, en 2025, James Gunn —junto a David Corenswet— abre las páginas de un cómic directamente en la pantalla de cine. Sin miedo al ridículo, pero con todo el optimismo del mundo, inyecta a esta nueva versión del primer superhéroe de la historia (a punto de cumplir 90 años) una mezcla vibrante de color, inocencia, ciencia ficción y fantasía. En un mundo cada vez más cínico, Superman vuelve a recordarnos lo que significa creer en lo imposible.
Después de haber explorado hasta el cansancio, a nivel argumental, el origen del personaje —ese bebé que escapa de Krypton antes de su destrucción—, su enfrentamiento con el General Zod, o incluso su muerte y resurrección, es momento de dar un nuevo paso. Esta película se siente como un episodio extendido de Las aventuras de Superman, la serie animada de los 90. Es como subir a un tren que ya va en marcha, sin detenerse en la estación del origen. Así fluye la trama: directa, sin introducciones innecesarias, lo que seguramente la hará más accesible, digerible y disfrutable para los fans del cómic.Y es ahí donde radica tanto su mayor virtud como su debilidad. Lo que la hace ligera, dinámica y ágil también le resta solemnidad, dándole la sensación de ser un gran episodio de una serie más que una épica cinematográfica. Por eso queda por debajo de Man of Steel o Superman: The Movie, aunque sin caer en ser irrelevante. Se ubica en ese punto medio exacto: una pieza funcional y necesaria dentro del rompecabezas más grande que es Superman.
Lo mejor, sin duda, es la química entre Lois Lane y Superman (digo Superman y no Clark Kent, porque al igual que en The Batman de 2022, esta entrega pone el foco casi exclusivamente en el héroe, relegando al alter ego—una tendencia cada vez más común en las adaptaciones de cómics). También destaca Krypto, presentado como un perro tan adorable como incontrolable; Mr. Terrific, la gran sorpresa de la película; y un Nicolas Hoult que nos entrega un Lex Luthor inquietante, uno que perfectamente podría existir en esta extraña simulación en la que vivimos.
No puedo cerrar sin señalar algo tan fascinante como preocupante: la cultura pop se comporta como un bucle de retroalimentación infinita. El Superman de Richard Donner inspiró la estética saturada y casi campy del Spider-Man de Sam Raimi, y ahora el Superman de James Gunn toma elementos visuales y narrativos de Raimi, cerrando el círculo. Lo mismo ocurre con 28 años después, secuela de 28 días después —película que influenció a The Walking Dead y The Last of Us—, que ahora bebe de esos mismos productos que alguna vez inspiró. Es un fenómeno curioso: el pasado moldea el futuro, y el futuro reinterpreta al pasado con una mirada nueva, casi nostálgica, casi irónica.
Y quizás eso es lo que más necesitábamos: que alguien nos recordara que la luz sigue ahí, aunque el cielo esté nublado. Superman 2025 no intenta cambiar el juego, solo devolvernos la emoción de estar en él. Y cuando el símbolo de la esperanza regresa, no importa si ya sabemos volar; lo importante es volver a mirar hacia arriba.
En los tiempos actuales, en esta sociedad post pandemia marcada por redes sociales, deportaciones masivas e incluso guerras, todo parece haberse configurado según las burbujas algorítmicas: “productos” o “contenidos” diseñados para provocar reacciones binarias e hiperbólicas. Todo es bueno o malo, blanco o negro, lo mejor o lo peor. Pero ese no es el sentido del arte.
El cine, como creación colectiva, es la expresión de un artista que no teme equivocarse. Una película puede disfrutarse más allá de sus desaciertos, sobre todo cuando su autor —o en este caso, sus autores— crean sin miedo, desafiando las expectativas, generando reacciones, opiniones y discusiones.
Por todo esto, agradezco haber disfrutado —en mi templo, una sala de cine— de la última entrega de la saga de los no-zombis, aunque sí infectados, iniciada por Danny Boyle y Alex Garland en 2002 con la disruptiva 28 Days Later (conocida en Latinoamérica como Exterminio). Ahora regresa como el primer capítulo de una inesperada trilogía: la arriesgada 28 Years Later.
Su director, Danny Boyle, fue junto a David Fincher y las hermanas Wachowski, una inyección de adrenalina para el cine de los años 90, con una edición frenética muy influenciada por la estética de MTV, especialmente en Trainspotting (1996), una joya de culto. Los fans de Star Wars incluso debemos agradecerle a esa película haberle presentado a Ewan McGregor a George Lucas.
Por su parte, el nombre de Alex Garland se hizo conocido cuando su novela sobre una odisea mochilera existencialista fue adaptada al cine por Boyle y protagonizada por Leonardo DiCaprio en el año 2000 con la poco valorada The Beach. Una película que, pese a sus carencias, invito a revisar: tiene mucho que decir en estos tiempos donde todos vivimos atrapados en la pantalla de un celular, y algunos aún creen en la viabilidad de utopías hippies modernas.
Ambos creadores se unieron en 2002 para darle una vuelta de tuerca al subgénero de terror zombi, creado por George A. Romero (Night of the Living Dead, 1968) cuyas películas no habían tenido gran repercusión desde la década del 80. Boyle y Garland lo lograron con 28 Days Later, una película que no solo transformó la narrativa de muertos vivientes a infectados, sino que también reemplazó la amenaza lenta y comecerebros por figuras rápidas y violentas, que miran con ojos rojos de rabia e infectan mordiendo y vomitando sangre.
La historia resultó impactante no solo por ese cambio crucial en la mitología del subgénero (para muchos, 2002 fue el evento canónico más importante desde 1968), sino también por imágenes memorables como la de Cillian Murphy, caminando desorientado por los alrededores desiertos del Big Ben, como un joven que despierta de un coma 28 días después de una epidemia(situación copiada en el inicio de la ahora referencial The Walking Dead) . Todo esto antes de los escenarios generados por pantalla verde, lo que hacía aún más perturbadora su ambientación.
Además, su imagen en video fue arriesgada. A comienzos del nuevo milenio surgía el debate sobre si podía considerarse “cine” una película rodada digitalmente y no en celuloide. Se criticaba su grano, la aparente falta de profundidad y una iluminación inicial considerada deficiente. Sin embargo, en el caso de 28 Días Después, esto jugaba a su favor: la hacía lucir más real, casi como un documental o found footage.
No es casual que, tras el estreno de esta película, surgiera una ola de cintas de infectados y zombies, como Dawn of the Dead (el remake del clásico de Romero dirigido por Zack Snyder) y Shaun of the Dead (la parodia/tributo de Edgar Wright) ambas de 2004. Incluso la española [Rec] (2007) combinó infectados con una estética found footage. El video, lejos de restarle fuerza, le otorgó una cualidad única: una visceralidad que esta nueva entrega ha buscado replicar con éxito grabando con iPhones.
En definitiva, el legado de esta saga sigue más vigente que nunca en muchos aspectos. Basta con mirar la reciente y famosa serie basada en el videojuego The Last of Us, donde, superficialmente, el brote no es causado por un virus de rabia, sino por la mutación de un hongo. Sin embargo, en el fondo, la amenaza es la misma de siempre: la naturaleza humana. Homo homini lupus “el hombre es un lobo para el hombre”, la frase con la que Thomas Hobbes ilustró, en su obra Leviatán, su concepción del ser humano en estado primitivo: una condición sin normas ni gobierno, donde el individuo actúa movido por el miedo, el deseo de dominar y la necesidad de protegerse, lo que desemboca inevitablemente en enfrentamientos y violencia.
Todos estos elementos han sido abordados a lo largo de su filmografía por Alex Garland, escritor y guionista, que hoy también es un realizador destacado en los géneros de ciencia ficción (Ex Machina), dramas bélicos (Civil War) y, ahora, de forma provocadora e inesperada, en 28 Years Later: una película que, para muchos, sería el cierre de una trilogía y la conclusión de la historia iniciada por el personaje de Jim (Cillian Murphy) en la entrega de 2002. Pero termina siendo ni eso ni todo lo contrario, sino algo distinto que podrá gustar o no, pero que no dejará a nadie indiferente, un punto bisagra que unirá el pasado y futuro de la saga.
La historia no hace referencia a la entrega anterior, 28 Semanas Después, una película que mostraba al final una horda de infectados desatada en la Torre Eiffel, aludiendo a que el virus había alcanzado una dimensión mundial. Tampoco menciona aparentemente otra variación en la mitología planteada en ese argumento: la idea del “portador asintomático” tras una mordida, es decir, alguien infectado que no desarrolla síntomas pero que, en el caso de la secuela de Exterminio, puede transmitir la enfermedad. Algo que suena muy parecido a la situación de Ellie en The Last of Us, quien ha sido mordida, pero no sucumbe al hongo Cordyceps ni contagia a nadie más, lo que la convierte en la clave para una posible cura.
¿Coincidencia narrativa o préstamo creativo? Difícil asegurarlo, pero en un género saturado de zombis y epidemias, las ideas viajan como los virus: mutan, se adaptan y sobreviven. Tal vez Ellie no nació de 28 Weeks Later, pero ambas comparten la misma cepa de apocalipsis... y esperanza.
Otro concepto explorado tanto en la película 28 Semanas Después, como en la serie The Last of Us, The Walking Dead y la recién estrenada 28 Years Later, es la figura paterna. En 28 Semanas, todo comienza con una escena ya legendaria (lo mejor de esa película y de la saga en general): un hombre, al ver la imposibilidad de salvar a su esposa, decide escapar y sobrevivir. Robert Carlyle está impecable, un veterano de Trainspotting y The Beach, que, al reencontrarse con sus hijos y descubrir que su esposa sobrevivió y supuestamente no está “infectada”, se ve consumido por la culpa. Esto conduce a un beso mortal entre dos padres que terminan desencadenando una ola de contagios y muerte en una zona falsamente segura.
Las figuras paternas son clave en esta saga y en las historias de zombis e infectados en general. Las dinámicas de recuperación del liderazgo entre Rick y Carl en The Walking Dead; el redescubrimiento y la conexión entre el padre y su pequeña en la película coreana Tren a Busan; Joel y el crimen que comete para salvar a Ellie, así como el espiral de violencia y venganza que esto desencadena en The Last of Us; e incluso Brendan Gleeson en 28 Days Later, renunciando a su hija para salvarla tras una fatídica gota de sangre que, al caer del pico de un cuervo, se aloja en sus ojos, sellando su destino. Todos ellos son hombres superados por las circunstancias, seres que, sin intención, marcan a sus hijos con heridas generacionales que estos deberán decidir si repetir o sanar.
Ahora es el turno del arquero Jamie (Aaron Taylor-Johnson), quien, como parte de una iniciación precoz, debe llevar a su hijo Spike lejos de la seguridad de su comunidad —refugiada en la Isla Lindisfarne, o Isla Sagrada (célebre por sus monasterios, otrora saqueados por los vikingos)— para cumplir un rito ancestral: matar a un infectado y regresar antes de que suba la marea. Se trata de una isla mareal, conectada al continente por una lengua de tierra que queda sumergida bajo el agua al final del día.
A partir de allí, la historia plantea un mundo fracturado. Por un lado, la mayor parte del planeta vive libre de la amenaza del virus de la rabia, tras contener a los infectados dentro del Reino Unido mediante vigilancia marítima y militar. Por otro, los propios infectados, que tras casi tres décadas han evolucionado —o, mejor dicho, involucionado—, perdiendo su humanidad hasta reducirse a lo más primario y salvaje: desde zombis casi inertes hasta sabandijas obesas que se arrastran por la tierra comiendo gusanos, pasando por una fuerza viva de rabia y brutalidad que lidera al resto, una suerte de amenaza alfa.
A todo esto se suma una población anclada en un pasado de siglos atrás, donde no existe la tecnología, solo la supervivencia y los roles más básicos de una sociedad premoderna. Entre todas estas facciones emergen figuras misteriosas, anomalías y sorpresas que expanden los límites de lo que puede esperarse en este tipo de ficciones.
La subversión de los clichés ocurre gracias a otra pieza fundamental dentro de esta mitología, junto a la de los infectados: las figuras paternas, la sociedad en su forma más depredadora disfrazada de supervivencia, los cultos que buscan respuestas místicas al infierno en la Tierra. No es casual que, en Dawn of the Dead (1978), los zombis se justifiquen con una línea que parece salida de las Escrituras: “Cuando no quede sitio en el infierno, los muertos caminarán sobre la Tierra”. Pero aquí hablo de otra figura clave: el niño, o más bien, el final de la inocencia.
28 Años Después gira en torno a tres niños o “inocentes”. Al inicio, vemos cómo, cuando el virus se desata, un niño llamado Jimmy, mientras ve los Teletubbies con otros pequeños, es atacado por su propia familia infectada. Termina escapando, sosteniendo una cruz invertida, hasta refugiarse en una iglesia donde un sacerdote proclama rodeado de infectados, entre gozo, sangre y locura, que ha llegado el día del juicio. Jimmy se oculta, y no sabremos su paradero ni destino hasta mucho después.
Spike, por su parte, es el corazón emocional de la historia. Se encuentra en ese momento crucial en que descubre que sus padres no son seres omnipotentes, sino humanos frágiles intentando cuidar a otro sin saber muy bien cómo. Un niño que empieza a hacerse hombre al perseguir un deseo primario: salvar a su madre, aunque eso le cueste la vida.
Y por último, un bebé nacido en las circunstancias más imposibles: vida a partir de la muerte, en medio de un templo de huesos. Como recita un genial Ralph Fiennes: “Memento mori, memento amare” —recuerda que morirás, recuerda amar—.
Comencé hablando de la importancia de que las películas se arriesguen a equivocarse, porque eso es más valioso que el simple afán de convertirse en “obras maestras” —algo que ocurre en muy contadas ocasiones— o en contenido genérico, hecho para consumirse en plataformas de streaming como música de fondo en una llamada de espera. Cuando se arriesgan, la mayoría de las veces no aciertan: el resultado suele quedar como un experimento que se agradece y luego se olvida. Pero en esos pocos, cruciales casos, lo consiguen: trascienden, abren caminos, marcan tendencias y se convierten en cine de culto o en clásicos instantáneos.
Esta película, 28 Años Después, no es ni lo uno ni lo otro. Como su lugar dentro de la saga, es un punto medio. Comienza de una forma y uno cree que será como las historias que inspiró la entrega original, pero logra desviarse y convertirse en algo distinto, algo que, incluso al final, no se deja atrapar ni se explica del todo.
Alegorías y metáforas conviven con coincidencias que parecen predestinadas, como el uso del poema “Boots”, compuesto por Rudyard Kipling en 1902, incluido en el tráiler promocional por decisión del equipo de marketing. El poema encajó sorprendentemente con la historia gracias a su tono monótono, repetitivo y macabro, y terminó siendo parte del score de la propia película. La yuxtaposición de los Teletubbies —símbolo de la inocencia anterior a la barbarie— con personajes de comportamientos propios de La naranja mecánica; la purificación después de la muerte, con huesos limpiados y alzados como monolitos construidos por infectados y humanos por igual… todo eso genera imágenes que pueden desconcertar, que no siempre tienen sentido lógico, que a veces rozan lo absurdo. Pero aun así invitan a pensar, a imaginar qué podría venir después.
Y solo por eso, ya es valiosa: porque en un tiempo en que el cine se ha convertido en un alimento premasticado, diseñado para ser un vídeo viral más en redes sociales, 28 Años Después se atreve a proponer otra cosa. Y aunque no siempre acierte, al menos lo aspira.
Imagina un aleteo de mariposa en 2019 que desata una tormenta en 2025. Quentin Tarantino, con Once Upon a Time in Hollywood, no solo nos dio un sueño retro de los 60, sino que lanzó al estrellato a Margaret Qualley, Sydney Sweeney y Mikey Madison. Este efecto mariposa reverberó hasta Sean Baker, quien vio en Madison a su Anora. Resultado: Baker hace historia como el primer director en ganar 4 Oscars por una sola cinta, mientras Mikey se corona Mejor Actriz en 2025. Anora es la historia de Pretty Woman, pero real: un cuento de hadas que se queda despierto después de medianoche, la Mujer Bonita de Julia Roberts pero cruda y sin filtros. Lo que hace Sean Baker con el cine de ahora es la única forma de que sobreviva esta era de streaming: una inyección en la vena de arte visceral. Mikey Madison se entrega a un personaje supuestamente "white trash" que redefine la verdadera belleza americana, encarnando el sueño fallido de la Estatua de la Libertad. Al mismo tiempo, Qualley brilla en La sustancia, resucitando a Demi Moore como Tarantino hizo con Travolta en Pulp Fiction.
La película La sustancia presenta una ironía mordaz al explorar cómo su protagonista, una mujer que envejece, lucha contra la pérdida de relevancia en un mundo obsesionado con la juventud, siendo reemplazada sin esfuerzo por una versión más joven de sí misma. En la trama, este cambio refleja la crueldad de una sociedad que descarta lo viejo por lo nuevo sin mirar atrás. Curiosamente, esta narrativa encuentra un eco en la vida real con Demi Moore, quien, tras entregar una actuación magistral y ser considerada una fuerte contendiente al Oscar a Mejor Actriz en 2025, termina perdiendo frente a Mikey Madison, una joven estrella en ascenso.
¿La cereza del pastel?
Quentin entregando el Oscar a Mejor Película. El cine, amigos, es un caos hermoso.
La gran pantalla no es solo un medio, es un ritual: risas compartidas y lágrimas que resuenan en una sala llena. Hoy, saturados de estímulos y vídeos efímeros, las imágenes han perdido valor, diluidas en un mar de scrolls infinitos. Por eso necesitamos historias viscerales como Anora y La Sustancia, que golpeen el alma más allá de lo viral, que nos hagan sentir, no solo mirar, y que devuelvan al cine su poder como experiencia colectiva inolvidable.
El cine independiente, como semilla, abre ventanas a propuestas frescas y nuevas estrellas, demostrando que solo con buen cine se gesta mejor cine. El efecto de la originalidad y las emociones crudas, cada riesgo creativo siembra un futuro donde el arte no solo sobrevive, sino que florece.
“Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo” Johann Wolfgang von Goethe.
La estatua de la Libertad invertida, una de las primeras y poderosas imágenes, entre tantas, del Brutalista, cumple el precepto fundamental del lenguaje cinematográfico, “show, don’t tell”(muestra no cuentes) planos en su elocuencia dicen más que voz en off o diálogos.
Para mí en muchos sentidos la vida es como el arte detrás y frente a la pantalla de cine. Aprendemos y respetamos al otro, muchísimos más por sus acciones, que por lo que nos dicen.
La película del director Brady Corbet en su sublime épica, tan vieja escuela, se siente necesaria cuando hoy las producciones son claustrofóbicas en su escala, y pasajeras en su impacto, como música de fondo, “contenido” para disfrutar en segundo plano. Es agua fría en medio del calor y la sed, como el Brutalismo en la arquitectura, una corriente que va al grano, construcción postguerra, concreto para reconstruir rápido y barato sin ornamento, con geometría clara y grande que en su interior busca sorprenderte.
Una analogía en forma y fondo, con el personaje de Adrien Brody, Lazlo Toth, un arquitecto, sobreviviente del nazismo que al estar lejos de su tierra y separado de su familia, esta convertido en una sombra de sí mismo, y como muchos inmigrantes (los cimientos de países como Estados Unidos) sabe sobrevivir, adaptarse sin llamar la atencion, mas alla de su acento extranjero y delator, guardando su pasado y sus sueños de legado en su interior como un caparazón tosco de hormigón, cemento chorreado al secar, capaz de sobrevivir a la guerra y sus ataques.
Casi una página y aun ni hablo de la trama, pues como diría el difunto David Lynch el cine no precisa de ser comprendido o explicado, más si de ser experimentado y sentido; pero si hay que hablar de argumentos el del Brutalista es como el Brutalismo mismo, simple y por eso funcional y verdadero.
La historia gira en torno a un millonario encaprichado en empaparse en la genialidad de un artista, una suerte de palanca social para impresionar, ya que con la ayuda de su chequera, para nada ilimitada, logra someterlo con la excusa de un proyecto desafiante y casi interminable, para el rico, alimento para su ego, para el Lazlo, acariciar con arte su sufrimiento, recreando el encierro, asfixiante de sus carceleros durante el holocausto, que lo separaba de su esposa, con la posibilidad de reescribir dicha historia, con la licencia de la imaginación, con corredores secretos que conectaban espacios que a primera vista parecen aislados.
Dicho mecenas, como su hijo ficticio lo subraya, “tolera” a este extranjero porque puede ser su mascota que sirve para hacer trucos pero que jamás puede osar a morder la mano que lo alimenta, así sea por algo justo. Un ser siniestro, que cobra vida gracias a un soberbio y exacto (sin una línea o segundo de desperdicio) Guy Pearce, quien como Adrien Brody, tuvo una segunda oportunidad para lucirse después del Pianista, Pearce nos recuerda el talento que nos había enamorado en L.A Confidential, Priscilla la Reina del Desierto o Memento.
El Brutalista es una película sobre (y hecha gracias a) segundas oportunidades, algo que en un mundo “inclusivo” y la vez tan binario, es muy necesario, un mundo de absolutos, polarización y cancelación, necesita a gritos historias sobre la redención. Es por eso que en esta década solo hay dos tipos de películas con las que consigo conectar: las historias épicas hechas con artesanía e imperecederas como Oppenheimer o Dune u obras que visualmente te obligan a prestar atención, las que te liberan de la anestesia mental por sobredosis de dopamina; como The Substance.
Vivimos en el mundo de Oppenheimer, uno al borde de su destrucción, el multiverso de la locura, donde cada decisión e incluso inacción, crea una nueva realidad, en la que vivimos o nos atormenta. La obsesión de la juventud eterna cuyo precio es tu bomba atómica personal. Es eso o como diría Ke Huy Quan en Everything Everywhere all at Once: “en otra vida, me hubiera gustado mucho lavar la ropa sucia y pagar los impuestos contigo”. Es el dilema entre vivir en el caos abrumador o la simpleza, fortaleza y certeza que tiene el personaje de Felicity Jones en el Brutalista, cuando le asegura a su esposo “el daño que no han hecho ha sido solo contra nuestros cuerpos”.
Definitivamente llenar vacíos con abismos es un martirio infinito. Los vacíos se llenan con tiempo, silencio y soledad. No buscando gustar, complacer, satisfacer a terceros. Es mirarte en el espejo aprendiendo a enamorarte de vos más allá de la soberbia y el ego.
Esta obra es una caricia al alma del inmigrante y es por eso que cierro con un fragmento del libro de Frank Herbert, Dune, otra de las grandes historias que han devuelto las ganas de disfrutar una película en la gran pantalla:
“Donde vivíamos no había necesidad de crear un paraíso, fisico ni mental, vivíamos en uno real, y ahora pagamos el precio que pagan quienes alcanzan el paraíso en vida, nos hipismo descuidados y débiles, perdimos nuestra fuerza”
Siempre en la lucha por no perderla, y si pasa, a recuperarla!
¿Alguna vez has sentido que una película formaba parte de la banda sonora de tu vida? De eso trata mi nuevo libro, «Luz, cámara y vida: Memorias de un cinéfilo".
Es un viaje a través de las películas que me inspiran, desde ver Batman en el 89 o buscar Pulp Fiction en un videoclub hasta la era del streaming. Trata de cómo las películas, al igual que la música, se convierten en parte de lo que somos.
Únase a mí para celebrar la magia del cine, las risas, las lágrimas y los momentos inolvidables que nos conectan a todos.
Puedes leerlo en en https://drive.google.com/file/d/1zIh0ry_gkOlLuT5Vz24_Sbupwf2tLZiU/view?usp=drive_link
o tenerlo en fisico https://www.amazon.com/dp/B0D4WTQ2TN
Desde la icónica Princesa Leia hasta la indomable Furiosa, el cine nos ha regalado personajes femeninos inolvidables que desafían estereotipos y demuestran la fuerza, inteligencia y liderazgo de la mujer. A diferencia de muchos protagonistas masculinos, estas heroínas luchan sin perder su esencia: la compasión. Muestran empatía, cuidado y sacrificio, incluso tras adoptar una coraza de frialdad para sobrevivir en mundos hostiles.
En un mundo cinematográfico a menudo dominado por hombres, estas mujeres valientes nos recuerdan que la fuerza no está reñida con la sensibilidad. Son un ejemplo inspirador de resiliencia y humanidad, demostrando que la verdadera fortaleza reside en el equilibrio entre la determinación y la compasión.
Por años, la música original del compositor alemán Hans Zimmer ha sido la banda sonora de momentos inolvidables de películas como “The Lion King” (“El rey león”) “Gladiator” (“Gladiador”) y “The Dark Knight” (“Batman: El caballero de la noche”) y, más recientemente, “Dune” (“Duna”) y “Dune: Part Two” (“Duna: Parte dos”). A finales de este año, Zimmer llevará sus partituras galardonadas al escenario en vivo.
Su gira “Hans Zimmer Live”, que agotó las entradas en Europa, llegará a Estados Unidos y Canadá, en las primeras presentaciones de Zimmer en América del Norte en siete años.
La última vez, como recordarán algunos fanáticos, fue una actuación en Coachella en 2017.
A través de Zoom desde Nueva York, Zimmer dijo que se inspiró después de “negarse a subirse a un escenario por 40 años” por algo que le dijeron sus amigos, Johnny Marr y Pharrell Williams de The Smiths.
“Tienes que mirar a tu audiencia a los ojos. No te puedes esconder detrás de la pantalla para siempre. Ya sabes, se lo debes a tu público”, recordó que le dijeron. Y después de Coachella, se dio cuenta: “Puedo hacerlo”, dijo.
Tras su gira por Europa, “estamos en la cima de nuestro juego en este momento”, dice sobre su orquesta.
No esperes un escenario de música clásica tradicional o un concierto de piano: en “Hans Zimmer Live”, no hay director, ni partituras frente a cada músico, y ni un solo fotograma de las películas a las que hace referencia.
“Vengo del rock and roll y creo en montar un espectáculo”, dice. “La gente se queda con nosotros porque les damos una experiencia que nunca habían tenido... La vida es dura. La vida es dura en estos días. Y la gente trabaja duro para pagar estas entradas, así que más vale que hagamos un espectáculo que sea absolutamente digno de que vengan a vernos”.
“Hans Zimmer Live” comienza en el Gas South Arena en Duluth, Georgia, el 6 de septiembre y llegará a 17 ciudades de Estados Unidos y Canadá antes de concluir en el Rogers Arena en Vancouver, Columbia Británica, el 6 de octubre.
El recorrido incluye paradas en Hollywood, Florida; Raleigh, Carolina del Norte; Nueva York; Baltimore; Boston; Montreal y Toronto; Minneapolis; Chicago; Fort Worth, Texas; Denver; Las Vegas; Los Ángeles; Oakland, California, y Seattle.
Zimmer dice que los asistentes pueden esperar una audiencia diversa. “Le he echado un vistazo al público y hay una madre con su nieto sentada al lado de un tipo con una mohicana, sentado al lado de un hombre con un traje sastre, sentado al lado de otro grupo de, ya sabes, motociclistas”, dijo Zimmer. “Por lo tanto, no es solo multigeneracional, es multicultural”.
La multiculturalidad también está en la orquesta de Zimmer. Múltiples de sus integrantes son de Ucrania.
“Dos semanas después de que comenzara la invasión, logramos sacar a la mitad de ellos de Odesa”, dice. Lebo M, quien canta el tema de “The Lion King” y era un refugiado político de Sudáfrica cuando Zimmer lo conoció. Pedro Eustache, su intérprete de instrumentos de viento de madera, es de Venezuela, “y cree que probablemente nunca podrá volver a casa”, dice Zimmer.
“Tengo un grupo muy, muy internacional de músicos y... Parte de lo que los convierte en músicos tan comprometidos emocionalmente es que todos tienen una historia que contarte”.
“Hans Zimmer Live”, que recientemente fue refrescado, incluye obras de “Gladiator”, “The Dark Knight”, “Dune”, “The Lion King”, “Interstellar” (“Interestelar”), “Pirates of the Caribbean” (“Piratas del Caribe”) y “The Last Samurai” (“El último samurai”).
“Cada pieza está conectada con la aventura de crearla, la aventura de hacer esa película, la aventura de la colaboración, la aventura de, ya sabes, ‘¿Cómo llegamos aquí?’”, dice. ”¿Dónde empezó este viaje? ¿Y cómo podemos asegurarnos de que nunca termine?
“Cada una de esas películas está pintada de color y se ve afectada por lo que sucede a nuestro alrededor. Y todos han sido viajes extraordinarios”.
Los filmes y su música son muy diferentes, pero el enfoque y los arreglos idiosincrásicos de Zimmer son el tejido que los une. Eso y un toque secreto hace que una banda sonora sea efectiva y conmovedora.
“Hay que estar comprometido. Tienes que ser honesto. No se puede ser sentimental”, dice sobre los elementos de una partitura exitosa. “La otra cosa es la gente la que lo está interpretando. Porque si lo piensas, los últimos actores que realmente son contratados, los últimos actores que actúan en una película, son los músicos. Por lo tanto, soy muy cuidadoso a la hora de elegir a las personas con las que trabajo”.
Las entradas para “Hans Zimmer Live” estarán disponibles para su compra a partir del www.hanszimmerlive.com, a partir del 22 de marzo a las 10 a.m. hora local.